BORGES I
El perro ahora se llama Borges.
En un lugar de espejos donde los nombres se encuentran
el perro responde al nombre reciente
en su modo-tajo de responder.
Así es todo el reconocimiento.
Antes de llegar a nuestra puerta
el perro tendría otro nombre,
y antes de esa puerta
habría tenido otro.
La infinita regresión de sus nombres
y de las puertas que lo recibieron
nos trae el eco de los infatigables desciframientos.
El perro se adormece en el salón.
Los sueños del perro contienen el colapso de los nombres
en su carne.
Ahí se escribirá
lo que no sabemos leer.
BORGES II
Sigue las grúas.
Orejas
alerta
en dirección
al cielo,
a ese cielo que sólo él
presentirá.
¿Presentirá?
BORGES III
Las patas delanteras
Abrazan
el brazo.
Sus ojos me escrutan
atentamente.
Ve mi rostro
y completa
el dibujo
de mis improbables
pensamientos.
¿Cree ser un humano?
BORGES IV
Dibuja un círculo entorno a sí mismo.
El cuerpo se cierra sobre sí
como el enredo mortal.
En el centro habrá ciertamente
el hueco, el lúmen
de su futuro fin.
Tierno es el movimiento
y así quedará pegado al ámbar
de nuestros dedos
que se afanan en el territorio
de la cruel enfermedad de existir.
BORGES V
La lagartija huirá siempre.
No reconoce otra regla
que no sea la fuga.
Patas se abaten sobre
su fusiforme elegancia
y súbita es la atención
que la reconoce flotando
como caudal visible
en la boca del animal
de pelo dorado.
BORGES VI
¿Es la inocencia o la soledad
quien te trae por casa?
BORGES VII
Le conozco las vacilantes parábolas dibujadas
en el invisible territorio de los aromas.
Pero ¿qué sé yo de los finos dedos que entrelazan
densos hilos
en ese lugar que habitando habito inocentemente?
Será esa, ciertamente, la desconocida lengua
que ya dice lo que nos condena.