ESCONDITES
Poco a poco todo se va quedando a oscuras. Tan sólo queda un insomne punto de luz encendido, el faro que alumbra el océano de folios en el que se pierde un estudiante, y cuando éste, harto de zozobrar, decide también tirar el ancla y vagar a la deriva por las aguas profundas de la noche, cuando esto ocurre, nos quedamos a solas mi insomnio y yo. Pero antes de que me deje vencer por el hastío, los escaparates vuelven poco a poco a encender sus luces, unas inservibles ventanas dejan al descubierto el interior de una caja de zapatos de hormigón armado. Una caja castigada a la verticalidad en la que un vals de luces ayuda a encender la mañana.
Antonio, el del 7.ºA, es el primero en despertarse. Cinco treinta horas. Qué hará ese hombre tan temprano. A media hora de distancia le sigue Tomás, el vecino del 5.ºB escalera derecha, e intuyo, en esa penumbra que compartimos, cómo se arrastra por la casa somnoliento, con los ojos aún pegados, haciéndole la guerra a la mañana y chocando con todo el mobiliario que a primera hora siempre parece haber cambiado de sitio. Está triste desde que Ana se fue con otro, desde entonces el café sabe más amargo.
Son las siete horas. Muchos puntos de luz ayudan a alumbrar la mañana. Hora en que las gentes se ponen en marcha como títeres autómatas para dar vida al escenario.
Múltiples pitidos rompen el silencio de una noche extinguida. Casi las ocho. Algunos más perezosos que otros, es curioso ver cómo jóvenes y ancianos coinciden a un tiempo. Los unos para ir a clase, sin prisa, remoloneando en la cama, los otros no sé, para espantar esos dolores recordatorios inquebrantables del paso del tiempo o para apurar vida, siempre con la excusa de sacar al perro.
Por último, mamás y niños se levantan para ir a la escuela. Jaime siempre se duerme sobre un tazón humeante de Cola Cao y a Sara las galletas le naufragan en un mar de leche mientras, embobada, mira no sé qué dibujos.
Ver despertarse el día a distintos tiempos en las ventanas de los edificios de enfrente. El collage que forman, siempre el mismo, ése es mi entretenimiento, creo que podría decir que es mi ocupación. Comprobar que las manecillas de los relojes siguen girando de noche, que así las sombras pesan menos, que cada mañana el sol sale por el Este, sin cambiar ninguna regla, en esa infinita y predecible partida de escondites que juega con el mundo. Que en el edificio de enfrente, la vida sigue.
Foto: María Croche