Ilustración: Max Hierro
Ayer estuve robando peras azules para mi libro de cuentos. Fueron algo más de cincuenta. La cincuenta y uno era una pera amarilla como el otoño, y como los niños no la querían, la guardé en una bolsa de papel para hechizarla.
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He rescatado la pera amarilla del armario donde guardo los hurtos. Tiene pedazos de papel adheridos a la piel y han adelgazado considerablemente sus carnes. Sólo el rabito se mantiene tieso. El resto del cuerpo parece morir lentamente de hambre de pera.
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Los niños quieren devolverme las peras que recogieron en los cuentos. Ya no son azules, ni humildes, ni familiares. Ahora de tanto relumbrón como tienen, parecen haber sido recogidas en un bodegón de reyes. Por eso los niños ya no las quieren y vienen a traérmelas. Son los únicos seres que se atreven a hacerlo.
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A las peras que eran azules y ya no lo son, les cuesta habituarse al reducido cajón donde están todos los trastos de mi trabajo. Presiento que tienen dificultades de relación con las herramientas oxidadas y viejas. De vez en cuando pongo un poco de orden y esto parece mejorar su humor. Pero sólo lo parece.
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Esta mañana fui a buscar unas cuantas voces plomizas al cajón de aperos. Allí continuaban las peras, coexistiendo entre un montón de puntas peligrosas y escollos comprados al peso. Aún conservan su soberbia belleza bajo la herrumbre. Sé que no morirán y un día renacerán de entre los amasijos. Pena. Plúmbeo. Humo. Gris. Saturno. Sombra. Soledad. Ceniza. Duelo. Sur.
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Mi casa del sur es un pequeño cuarto donde he de entrar hecha pedazos de casquería. Aunque hace mucho tiempo que acostumbro a otoñar en ella, sigo temiendo sus caminos y, sin embargo, cada vez alargo más mis permanencias en ella por todo lo poco que allí dentro necesito.
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Al sur llegan cada tarde en postas toda suerte de atardeceres, no se engordan con hormonas los ocasos y las noches revientan de negros puros que salpican las ventanas cerradas. Aún buscando el mediodía, en los balcones no crecen las sardonias. Todo es ínfimo y verdadero. Una migaja de carne de mí misma.
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... Gris. Saturno. Sombra. Soledad. Ceniza. Duelo. Sur. Como era predecible han acabado por oxidarse las peras y ahora parecen hongos letales. El fin del cuento se acerca a la velocidad de la vida de la pera.