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FÉLIX GUERRA
Camagüey, Cuba, 1938

 

AFILADO POR EL SOL

Agricultor que desconoce estaciones
y no sigue
el curso elemental del desplazamiento lunar.
¿Qué horarios
para podar almendros o albahacas,
sembrar habichuelas o desmochar frijoles?

No estaba en las manos
ni en la memoria ancestral:
mis antepasados divagaban,
erraban, de errabundear, vagaban,
de intuir vagos destinos universales,
sin solemnidad, arrastrando los pies.
No había apio aliñado
ni perejil con miel macerado en sus sabidurías.
Esa herencia me tomó por sorpresa
en naranjales y olivares,
parajes donde se cosechan plátanos,
piña o coca,
en los montes húmedos
que apenas distinguí de otras selvas o junglas.

Confié mi fatiga a una mujer,
mi perplejidad a esa dulzura.
Le confié mi puñal a la puerta de su choza.
La tomé como icono para elevar plegarias:
mis plegarias no imploraban, no rogaban,
eran metáforas manuales.
La plegaria antes de subir, bajaba.
Con otras plegarias iba a lo alto,
al cielo de su boca,
sus ángeles mis afiebrados dedos.
Con esa agricultura hubiese llenado el universo
de calabazas y cebollas:
había nacido yo para plantar el verso en unos labios,
para horadar obras en las rendijas.

Aquella religión no duró demasiado.
Aquella mística de configurar criaturas novedosas,
querubines, sacados del misterio
y del vientre de una dama pródiga,
me devolvió rápido a las plantaciones de piñas,
donde Dios cortaba
como un cuchillo muy afilado por el Sol.