Hay una luz velada
y después, un delirio de ternura,
un ángel enredado a tu cintura.
Quédase mi mirada
de tu desnudo cálido prendida,
de tu llama secreta y encendida.
Blancura derramada,
milagro repentino que provoca
ansia en los dedos, pálpito en la boca.
Boca ahora callada,
lengua para el prodigio, no la frase,
para otra muda lengua que la abrase.
Amor, no queda nada
fuera de aquí. Tu fuego se acostumbra
a la complicidad de la penumbra.
Penumbra sosegada,
donde dulce enemiga me derrota,
la sola luz que de tu cuerpo brota.