Lo encontré mirando artículos de pesca en los grandes
almacenes, metódico y concentrado hurgaba en los cebos
de plástico. Casi me tropiezo con su enorme, sorprendente
e inesperada barriga.
Obscenamente adiposo, enfermo.
—¿Quieres que juguemos a las palas?
—Vale, pero botando.
—Eso es al tenis.
—En el tenis a veces no se bota.
—En el tenis vale todo.
—Y en las palas.
—Vale, botando.
Recordé nítidamente aquella conversación
que habíamos tenido cuando veraneábamos en la playa.
Mi hermano y yo siempre jugábamos solos de niños
y no solíamos compartir nuestros juegos con ningún
adulto. Cogíamos la arena más húmeda con
las dos manos y la dejábamos escurrirse por entre los dedos
para hacer las puntas de las torres. Había que hacer un
foso para que la marea tardara más en llegar al castillo.
Comenzábamos un hoyo cada uno, y cuando la playa se había
tragado nuestros brazos, los diminutos deditos de mi hermano y
los míos se encontraban debajo de la tierra.
—Señorita, ¿me puede decir cuánto
tiempo de garantía tiene esta caña?
Y no me había conocido. Creo que a mi hermano no le gustaba
mucho que me distrajera de la construcción de la fortaleza
y de su compañía, pero yo, secretamente comencé
a preferir escuchar la nueva propuesta. Me divertía jugar
con él a las palas porque siempre me lanzaba la pelota
baja y si se marchaba hasta la orilla él iba a recogerla.
A veces la lanzaba por entre las piernas o se hacía el
muerto cuando se dejaba golpear por alguna de las que yo conseguía
devolver.
Pero al final del verano ya tenía que ir yo a recoger las
que se me escapaban mientras él esperaba mirándome
correr. Y de repente, un día, dejó de hacerse el
muerto.
Recuerdo que yo estaba enfadada porque últimamente ya no
valían las que botaban.
Entonces me lanzó una demasiado alta, por encima de mi
cabeza. No recuerdo ni siquiera haberme girado para ver hasta
dónde había ido. Tiré la pala y me fui a
la toalla.
—Tiene un año de garantía, pero no hemos
recibido ninguna queja por el momento. Estas cañas de importación
suelen dar muy buen resultado.
—¿Éstas son las que están en oferta?
—No, éstas no son. El modelo de acero inoxidable
es el que tiene un precio especial, pero sólo seis meses
de garantía.
Se tumbó en la toalla de mi madre, con los brazos doblados
bajo la cara. Tenía la barba espesa y yo podía ver
el interior de sus fosas nasales con algunos pelillos puntiagudos.
Me miró con extraña tranquilidad y supe que no quería
volver a jugar con él a las palas. Nunca más.
—Claro, ya me extrañaba que tuviera tan buenas condiciones.
Creo que la voy a dejar por el momento. Gracias
—Como usted quiera.
Mi hermano miraba cómo la marea había anegado el
foso, hundiendo el castillo como una figura derretida. Luego enterró
allí sus pies, dejando que la arena y el agua le llegaran
hasta las rodillas.
Mi madre llegó cimbreante con dos helados. Entonces él
se incorporó y se besaron durante unos segundos como si
estuvieran muy enamorados e hiciera mucho tiempo que no estaban
juntos. Después de aquel verano mi madre y él dejaron
de verse y mi hermano y yo comenzamos a construir los castillos
un poco más lejos de la orilla.