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ENEDINA IGLESIAS
Cantabria, 1977

 

Lo encontré mirando artículos de pesca en los grandes almacenes, metódico y concentrado hurgaba en los cebos de plástico. Casi me tropiezo con su enorme, sorprendente e inesperada barriga.
Obscenamente adiposo, enfermo.

—¿Quieres que juguemos a las palas?
—Vale, pero botando.
—Eso es al tenis.
—En el tenis a veces no se bota.
—En el tenis vale todo.
—Y en las palas.
—Vale, botando.

Recordé nítidamente aquella conversación que habíamos tenido cuando veraneábamos en la playa. Mi hermano y yo siempre jugábamos solos de niños y no solíamos compartir nuestros juegos con ningún adulto. Cogíamos la arena más húmeda con las dos manos y la dejábamos escurrirse por entre los dedos para hacer las puntas de las torres. Había que hacer un foso para que la marea tardara más en llegar al castillo. Comenzábamos un hoyo cada uno, y cuando la playa se había tragado nuestros brazos, los diminutos deditos de mi hermano y los míos se encontraban debajo de la tierra.

—Señorita, ¿me puede decir cuánto tiempo de garantía tiene esta caña?

Y no me había conocido. Creo que a mi hermano no le gustaba mucho que me distrajera de la construcción de la fortaleza y de su compañía, pero yo, secretamente comencé a preferir escuchar la nueva propuesta. Me divertía jugar con él a las palas porque siempre me lanzaba la pelota baja y si se marchaba hasta la orilla él iba a recogerla. A veces la lanzaba por entre las piernas o se hacía el muerto cuando se dejaba golpear por alguna de las que yo conseguía devolver.
Pero al final del verano ya tenía que ir yo a recoger las que se me escapaban mientras él esperaba mirándome correr. Y de repente, un día, dejó de hacerse el muerto.
Recuerdo que yo estaba enfadada porque últimamente ya no valían las que botaban.
Entonces me lanzó una demasiado alta, por encima de mi cabeza. No recuerdo ni siquiera haberme girado para ver hasta dónde había ido. Tiré la pala y me fui a la toalla.

—Tiene un año de garantía, pero no hemos recibido ninguna queja por el momento. Estas cañas de importación suelen dar muy buen resultado.
—¿Éstas son las que están en oferta?
—No, éstas no son. El modelo de acero inoxidable es el que tiene un precio especial, pero sólo seis meses de garantía.

Se tumbó en la toalla de mi madre, con los brazos doblados bajo la cara. Tenía la barba espesa y yo podía ver el interior de sus fosas nasales con algunos pelillos puntiagudos.
Me miró con extraña tranquilidad y supe que no quería volver a jugar con él a las palas. Nunca más.

—Claro, ya me extrañaba que tuviera tan buenas condiciones. Creo que la voy a dejar por el momento. Gracias
—Como usted quiera.

Mi hermano miraba cómo la marea había anegado el foso, hundiendo el castillo como una figura derretida. Luego enterró allí sus pies, dejando que la arena y el agua le llegaran hasta las rodillas.
Mi madre llegó cimbreante con dos helados. Entonces él se incorporó y se besaron durante unos segundos como si estuvieran muy enamorados e hiciera mucho tiempo que no estaban juntos. Después de aquel verano mi madre y él dejaron de verse y mi hermano y yo comenzamos a construir los castillos un poco más lejos de la orilla.