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PORFIRIO MAMANI-MACEDO




Ilustración: Alberto Pieruz
Perú

 

I. ALBA

Amanece el día, como siempre, con tu aliento suave a perturbar mi soledad. Un vacío ha colmado mi sueño. Palabras que no me dicen nada. Hojas que caen, se amontonan, se pudren en otoño. Desafíos míos en tiempos de olvido. Quedo sentado, esperando en una puerta, no sé a quién, Alba, cada tarde al anochecerse ya el día. Pensaré en tu forma, amanecer que fuiste por un instante un delirio. Que se vayan todos a recoger lo que han dejado. No se detiene el destino. Miremos solos, el mar, desde el llano en que nacimos. Alba, constante amanecer que tanto esperamos abrazar los navegantes. Llévame aire, aroma protector, a tus profanos horizontes que nunca he frecuentado. Allá encontraré, viento anunciador de males, lo que he perdido. En tus áureas tierras, ave solitaria, acamparé un día. Cruzaré, Alba, el ancho mar para contemplar, dónde habitas en las noches.

II. HIERBA

Que no quede, fuego, nada del ayer; ni este raro dolor, ni aquel sueño rencoroso que siempre me ha seguido. Ya es hora de irse, hierba mía, por otros campos, por las riberas para encontrar otros ríos profundos. De mi instinto queda este sello azul. Que no suene más el ayer, que no lloren, oh sol, cuando paso, las humanas sombras. Hierba mía, siembra en tu ser, este recuerdo lejano. Secreto mío, súmate al silencioso bogar que inicio esta noche. No ignoro a nadie, silueta que te acercas, que preguntas por un olvido de distancias. Hierba, crece en mi desierto para que las aves reposen por un instante su larga travesía, en mis dunas. Fecundemos, hierba, la noche. De repente un sonido se quiebra, cuando subimos las viejas escaleras de los viejos edificios. Arriba nos espera el infinito amor que perdimos en los deshabitados valles. Entre la borrasca seguimos, hierba mía, a mostrar el rostro que llevamos. Piedras, por esta sola vez, déjenme pasar hacia mi tienda.

III. AGUA SOLITARIA

Agua solitaria no me sorprendas más con tu mirada. Fuerza inalterable, cesa de sugerirme vientos, mares de desesperanzas. Quiero avanzar por el camino que tanto he soñado. Déjame soñar avispa del desierto. Desde la brumosa altitud observas toda mi esperanza. Voy a recorrer este campo con todo lo que tengo. No es mucho, es sólo la evidencia que ha quedado conmigo a pesar del tiempo. Voy a escarbar la tierra para encontrar mis imágenes doradas, porque ya este rostro no me pertenece. ¿A quién le pertenecerá? Agua, llévame al mar, y tú, vago viento, a las montañas diles dónde me encuentro. Sí, es una ciudad grande como un amor sin penas. Allí estoy sentado hasta la muerte. Es una ciudad antigua bañada en costumbres modernas. Allí en silencio me desnudo para dormir. Hace frío, un frío y un calor insoportables. Yo veo el cielo nublado; el cielo gris de todo el año. Agua, de ti he nacido, a ti quiero volver; pero germino, crezco y padezco en la tierra. Estoy esperando que vuelva mi amada; sagrada ilusión que jamás he visto. ¿Dónde estará? Las noches en esta ciudad son profundas, a veces interminables. Cada noche sueño realidades innombrables. Sólo mi mente solitaria las crea y las destruye. Allí quedan como los sueños que nunca viviré; sin embargo por ti me acerco, agua que desciendes por los ríos salvajes a un lugar que ignoro. No hay piedad en tu mirada, sólo quieres perderme en tus brazos. Me arrastras, sedienta de mi alma, yo resisto esperando a mi amada. ¿Dónde estará? Esta mañana he preguntado por ella. ¿No la habrán visto en las rocosas horas del día a mi amada? Ella está perdida en un sentimiento que sólo yo lo entiendo. ¿Qué comprenderás tú, qué comprenderán ellos? Sigues bajando agua eterna por mis labios: fuente de una ilusión que espera.