EL MONO DRAMÁTICO
Nació por azar, aunque no quede allí ningún
monolito de recuerdo, a las afueras de un pequeño pueblo
leonés y dentro de la carretera en que sus padres trasladaban
la impedimenta material y humana de un circo familiar ambulante.
La familia circense estaba compuesta a la sazón por el
matrimonio y sus tres hijos -dos adolescentes hermosísimas
y el monito dramático que acababa de dejar de ser un feto-
, más la vieja cabra Amaltea que tenía las tetas
especialmente estrábicas pero de las que manaba una leche
divina, más dos mulas de transporte resabiadas por su edad
incalculable y cuya exasperante lentitud, sólo comparable
a la del tren mixto de vía estrecha, no lograba enderezar
ningún tipo de tralla, ijada o varapalo, y un perro, entre
azul y gris, que competía en edad con cabra y mulas, que
alguna vez debió tener una estrella en la frente por lo
que había respondido primero al nombre de Lucero, después,
al de Lucero Apagado y por último, y por contigüidad
al de Apagado a secas.
Formaban una familia bien avenida donde la manduca era siempre
escasa. Esto hacía que a todos se les notara muy poco la
carne por encima de los huesos. Pero la alegría y el buen
humor reinante entre sus miembros alcanzaban su culmen en la afición
por cantar habaneras con especial predilección por la de
"En Sevilla hay una casa/ y en la casa una ventana/ y en
la ventana una niña..." Las penurias de la vida, sobre
todo las del hambre, quedaban así compensadas con creces.
Por eso les resultó muy gracioso, y también algo
extraño, que el monito dramático corrigiera a su
mamá mona cuando intentaba enseñarle las oraciones
de antes de acostarse:
- "Jesusito de mi vida/ tú eres niño como yo/
por eso te quiero tanto/ y te doy las guindas".
La mamá mona tuvo que hacer esfuerzos sobremónicos
para no estallar en carcajada y lo reprendió:
- "y te doy mi corazón".
El monito se enrabietó:
- No, no y no. El corazón, no. Le doy las guindas que me
cuesta más. (Con su lengua de trapo y su aplastante lógica.
Con su innata predisposición a la generosidad).
Dormían todo el año a cielo raso por lo que no es
extraño que el monito corrigiera a su mamá mona
cuando intentaba enseñarle las oraciones de antes de acostarse:
- "Cuatro esquinitas/ tiene mi cama./ Cuatro angelitos/ que
me las guardan".
- ¡Pero, mamá, si no hay cama, cómo va a haber
esquinitas; y si no hay esquinitas, cómo va a haber angelitos...!
(Con su lengua de trapo y su aplastante lógica).
Desde mucho antes de tener lengua de trapo, el monito era por
sí mismo una atracción y un espectáculo porque
hacía unos visajes con el rostro y unas birriadas con el
cuerpo que bastaba contemplarlas para quedar hipnotizado y desternillarse
de risa. Su madre tuvo que dejar de asistir a la iglesia en los
pueblos que constituían su itinerario, y tuvo que dejar
de asistir, en especial, a los funerales porque a él le
daba por imitar los llantos, suspiros o "jipíos"
de los apenados familiares de los difuntos descomponiendo al mismo
tiempo la gravedad del rito y la concentración de los feligreses.
En su primera infancia pasaba la mayor parte del tiempo junto
a Apagado, el perro guardián de nada, al que unas veces
le mostraba inconmensurable cariño repitiéndole
al oído consejos sabios que velaban por su seguridad como
por ejemplo: "¡Perrín! ¡Perrín!
No te acerques a los pozos que se ahogan los niños".
(Con su lengua de trapo). Aunque a Apagado por su edad y su falta
de espíritu poca falta le hacían los consejos de
ese tipo. Y otras veces lo sometía a judías vejaciones
que sólo el estoicismo, a prueba de bomba, de Apagado podía
soportar: le hacía cosquillas por todo el cuerpo y salía
corriendo, le hacía nudos en las orejas y salía
corriendo, le pellizcaba en los testículos y salía
corriendo... Se le subía a horcajadas sobre el afilado
lomo y le decía:
- ¡Apagado, vaya pechuga que tienes! Es como el papel de
lija. (Con su lengua de trapo).
Un verano en Tordesillas un estudiante de Magisterio quedó
prendado de la bruta y prometedora inteligencia del monito y comenzó
a darle lecciones por la Enciclopedia Álvarez. Al principio
al monito sólo le interesaban las poesías que aprendía
de memoria con pasmosa facilidad y que pronto comenzó a
recitar con su lengua de trapo en las funciones del circo de sus
padres. Formaban la base de su repertorio El Pipayo, El Ama, Mi
vaquerillo, Yo tengo un crucifijo, Trabaja, joven... y alguna
fábula de Iriarte o Samaniego. Al cabo del tiempo, en los
textos de aquella Enciclopedia sólo veía poesía:
en las historias de Viriato, que prefirió morir antes de
"cansarse" -según su versión- (el libro
ponía "rendirse" y el monito confundió
rendirse con "estar rendido"), de Agustina de Aragón,
del general Moscardó...; en las listas de los ríos
de España y sus afluentes o de las cordilleras y hasta
en los enunciados de los problemas de Matemáticas. En todo
veía poesía. Y es verdad que en su boca todo se
convertía en pura lírica o en drama puro o en pura
vis cómica. De esta guisa, poco a poco, su éxito
se hizo tan arrollador que los demás números del
circo quedaron únicamente de relleno. Y el se veía
como un artista famoso que hubiera conquistado el mundo. Se soñaba
en los mejores escenarios, en la pantalla de los cines, en las
revistas del corazón rodeado de mujeres bellísimas.
Muchos circos famosos han sufrido catástrofes en alta
mar y éste no iba ser menos. Aunque la catástrofe
no se produjo en el mar ni a consecuencia de ningún temporal
marino, si fue de agua. La rotura de la presa de un pantano cerca
del cual pernoctaban se llevó por delante y a mejor vida
a todos los miembros que formaban su familia. Él fue el
único que pudo ser rescatado.
El monito dramático sintió esta orfandad de siete
años como un hachazo que le derribó muy pronto el
árbol de la ilusión y de la alegría. Su vida
desde entonces ha sido un continuo deambular y "hacer"
para ganársela. Ahora, a sus cuarenta años, da clases
de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y
de vez en cuando le sale la vena de actor de su infancia. (Ha
sido aquí donde sus alumnos por su cara de drama y sus
orejas de soplillo lo han motejado con el apodo de "El mono
dramático").
Los fines de semana se disfraza de mimo triste en el parque del
Retiro y, cuando los calambres del rígido oficio alcanzan
su grado más álgido, ve surgir de las aguas del
estanque un carromato, dos mulas escuálidas, una vieja
cabra y un perro apagado... Y la melodía machacona de las
habaneras se introduce en sus oídos hasta hacerle brotar
dos lagrimones pesados con los que se le desvanece la ilusión.
De Fábulas posmodernas