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EZEQUÍAS BLANCO
Paladinos del Valle, Zamora, 1952

 

EL MONO DRAMÁTICO

Nació por azar, aunque no quede allí ningún monolito de recuerdo, a las afueras de un pequeño pueblo leonés y dentro de la carretera en que sus padres trasladaban la impedimenta material y humana de un circo familiar ambulante.

La familia circense estaba compuesta a la sazón por el matrimonio y sus tres hijos -dos adolescentes hermosísimas y el monito dramático que acababa de dejar de ser un feto- , más la vieja cabra Amaltea que tenía las tetas especialmente estrábicas pero de las que manaba una leche divina, más dos mulas de transporte resabiadas por su edad incalculable y cuya exasperante lentitud, sólo comparable a la del tren mixto de vía estrecha, no lograba enderezar ningún tipo de tralla, ijada o varapalo, y un perro, entre azul y gris, que competía en edad con cabra y mulas, que alguna vez debió tener una estrella en la frente por lo que había respondido primero al nombre de Lucero, después, al de Lucero Apagado y por último, y por contigüidad al de Apagado a secas.

Formaban una familia bien avenida donde la manduca era siempre escasa. Esto hacía que a todos se les notara muy poco la carne por encima de los huesos. Pero la alegría y el buen humor reinante entre sus miembros alcanzaban su culmen en la afición por cantar habaneras con especial predilección por la de "En Sevilla hay una casa/ y en la casa una ventana/ y en la ventana una niña..." Las penurias de la vida, sobre todo las del hambre, quedaban así compensadas con creces. Por eso les resultó muy gracioso, y también algo extraño, que el monito dramático corrigiera a su mamá mona cuando intentaba enseñarle las oraciones de antes de acostarse:
- "Jesusito de mi vida/ tú eres niño como yo/ por eso te quiero tanto/ y te doy las guindas".
La mamá mona tuvo que hacer esfuerzos sobremónicos para no estallar en carcajada y lo reprendió:
- "y te doy mi corazón".
El monito se enrabietó:
- No, no y no. El corazón, no. Le doy las guindas que me cuesta más. (Con su lengua de trapo y su aplastante lógica. Con su innata predisposición a la generosidad).
Dormían todo el año a cielo raso por lo que no es extraño que el monito corrigiera a su mamá mona cuando intentaba enseñarle las oraciones de antes de acostarse:
- "Cuatro esquinitas/ tiene mi cama./ Cuatro angelitos/ que me las guardan".
- ¡Pero, mamá, si no hay cama, cómo va a haber esquinitas; y si no hay esquinitas, cómo va a haber angelitos...! (Con su lengua de trapo y su aplastante lógica).

Desde mucho antes de tener lengua de trapo, el monito era por sí mismo una atracción y un espectáculo porque hacía unos visajes con el rostro y unas birriadas con el cuerpo que bastaba contemplarlas para quedar hipnotizado y desternillarse de risa. Su madre tuvo que dejar de asistir a la iglesia en los pueblos que constituían su itinerario, y tuvo que dejar de asistir, en especial, a los funerales porque a él le daba por imitar los llantos, suspiros o "jipíos" de los apenados familiares de los difuntos descomponiendo al mismo tiempo la gravedad del rito y la concentración de los feligreses.
En su primera infancia pasaba la mayor parte del tiempo junto a Apagado, el perro guardián de nada, al que unas veces le mostraba inconmensurable cariño repitiéndole al oído consejos sabios que velaban por su seguridad como por ejemplo: "¡Perrín! ¡Perrín! No te acerques a los pozos que se ahogan los niños". (Con su lengua de trapo). Aunque a Apagado por su edad y su falta de espíritu poca falta le hacían los consejos de ese tipo. Y otras veces lo sometía a judías vejaciones que sólo el estoicismo, a prueba de bomba, de Apagado podía soportar: le hacía cosquillas por todo el cuerpo y salía corriendo, le hacía nudos en las orejas y salía corriendo, le pellizcaba en los testículos y salía corriendo... Se le subía a horcajadas sobre el afilado lomo y le decía:
- ¡Apagado, vaya pechuga que tienes! Es como el papel de lija. (Con su lengua de trapo).

Un verano en Tordesillas un estudiante de Magisterio quedó prendado de la bruta y prometedora inteligencia del monito y comenzó a darle lecciones por la Enciclopedia Álvarez. Al principio al monito sólo le interesaban las poesías que aprendía de memoria con pasmosa facilidad y que pronto comenzó a recitar con su lengua de trapo en las funciones del circo de sus padres. Formaban la base de su repertorio El Pipayo, El Ama, Mi vaquerillo, Yo tengo un crucifijo, Trabaja, joven... y alguna fábula de Iriarte o Samaniego. Al cabo del tiempo, en los textos de aquella Enciclopedia sólo veía poesía: en las historias de Viriato, que prefirió morir antes de "cansarse" -según su versión- (el libro ponía "rendirse" y el monito confundió rendirse con "estar rendido"), de Agustina de Aragón, del general Moscardó...; en las listas de los ríos de España y sus afluentes o de las cordilleras y hasta en los enunciados de los problemas de Matemáticas. En todo veía poesía. Y es verdad que en su boca todo se convertía en pura lírica o en drama puro o en pura vis cómica. De esta guisa, poco a poco, su éxito se hizo tan arrollador que los demás números del circo quedaron únicamente de relleno. Y el se veía como un artista famoso que hubiera conquistado el mundo. Se soñaba en los mejores escenarios, en la pantalla de los cines, en las revistas del corazón rodeado de mujeres bellísimas.

Muchos circos famosos han sufrido catástrofes en alta mar y éste no iba ser menos. Aunque la catástrofe no se produjo en el mar ni a consecuencia de ningún temporal marino, si fue de agua. La rotura de la presa de un pantano cerca del cual pernoctaban se llevó por delante y a mejor vida a todos los miembros que formaban su familia. Él fue el único que pudo ser rescatado.

El monito dramático sintió esta orfandad de siete años como un hachazo que le derribó muy pronto el árbol de la ilusión y de la alegría. Su vida desde entonces ha sido un continuo deambular y "hacer" para ganársela. Ahora, a sus cuarenta años, da clases de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid y de vez en cuando le sale la vena de actor de su infancia. (Ha sido aquí donde sus alumnos por su cara de drama y sus orejas de soplillo lo han motejado con el apodo de "El mono dramático").

Los fines de semana se disfraza de mimo triste en el parque del Retiro y, cuando los calambres del rígido oficio alcanzan su grado más álgido, ve surgir de las aguas del estanque un carromato, dos mulas escuálidas, una vieja cabra y un perro apagado... Y la melodía machacona de las habaneras se introduce en sus oídos hasta hacerle brotar dos lagrimones pesados con los que se le desvanece la ilusión.

De Fábulas posmodernas