EL CÍRCULO DE CRONOS
Todo lo que tengo que hacer es evocar el pasado. Cada momento.
Cada gesto. Es todo lo que tengo que hacer para saber que no estoy
muerta.
Te miro y no siento dolor. Ni siquiera resignación. Ni
la más mínima necesidad de llorar. Solamente te
miro y te veo como si no te conociera, como si nunca hubieras
formado parte de mi vida.
Tengo que evocar el pasado. Invocarlo como a un dios que me conceda
algún sentimiento, o estoy muerta. Tengo que sentir algo
por todo lo que me hiciste sentir, o la vida será una farsa.
Nada más una ilusión que desaparece en las fauces
del tiempo. El tiempo que da es el tiempo que quita. Y yo necesito
un sentimiento para romper el circulo de Cronos.
Supongo que me amaste. Quiero saber que fue así. Porque
aún amo el recuerdo de lo que fuimos. El recuerdo es lo
único que sobrevive al tiempo. El único motivo para
no dejarse morir en él. He de luchar con mis recuerdos
o nada de lo que soy tendrá sentido. Necesito tener un
sentido. Y sé que sólo me quedan mis recuerdos para
encontrarlo.
Tú nunca quisiste nada serio. Nos conocimos y nos enamoramos.
No fue algo fuera de lo corriente. O, mejor dicho, conseguiste
que me enamorara de ti. Apenas te costó un par de palabras.
Una de esas sonrisas tan tuyas. Lo sé. Pero no lo hice
yo. Tuviste que molestarte en conseguirlo. Supongo que eso te
hace más culpable.
Aunque me hiciste feliz. Ahora veo que nunca fui verdaderamente
importante para ti. Me quisiste, sí. A tu manera. Sin palabras
serias ni compromisos de por medio. Pero a veces me necesitaste.
Y a veces me quisiste. No tuvo nada que ver con lo que yo sentí.
Porque yo lo sentí todo. Pero aun así me hiciste
feliz. Puede que simplemente me conformara con tus migajas. Pero
¿recuerdas? Hubo momentos casi divinos; momentos que no
he vuelto a repetir...
Fui casi feliz y llegó el final. Tampoco fue algo que se
saliera de lo corriente. Sin discusiones. Sin nada que hiciera
estallar la situación. Ni siquiera hubo palabras. Sólo
quedé yo. Con tanto miedo de perderte y sin poder hacer
nada para evitarlo. Y tú. Cada vez más lejos. Como
si entre nosotros hubiera surgido qué sé yo qué
muro de silencios y de distancia. Tanta distancia que mi mirada
de desesperación e impotencia no lograba traspasarla. Sólo
la distancia. La maldita distancia. Y a un lado yo, invisible.
Y al otro tú, inalcanzable.
No tuviste que decir nada. Nunca tuvimos nada serio. Y yo preferí
no preguntar. Me limité a desaparecer de nuestros lugares
como había desaparecido de tu corazón: sin que me
echaras de menos. Te hubiera sido tan fácil encontrarme...
Sabía que no me irías a buscar. Como supe que, aparte
de algún remordimiento pasajero, tu único sentimiento
en aquel momento fue de liberación. Creo que eso fue lo
que más me dolió: tu sentimiento de liberación.
Y yo, sintiéndome morir. Y despreciándome. Y odiándome.
Y sintiéndome lo peor que uno se puede sentir: poco. Sólo
porque a veces había parecido que me amabas y eso me hizo
pensar que podía haberlo conseguido. Tenía que haberlo
conseguido. Y tú ya no estabas.
En ese momento de soledad uno se analiza sin misericordia. Se
pregunta qué fue lo que hizo mal y un montón de
reproches se acumulan en la mente. Recuerdas aquella palabra dicha
fuera de lugar. El chiste que tú no cogiste y que a todos
les hizo tanta gracia. Y conviertes en errores imperdonables lo
que no son más que pequeñas cosas. Porque uno no
puede ser siempre perfecto. Pero cuando el abandono te hace sentir
tan miserable y buscas una razón a lo que no la tiene el
culpable eres tú. Irremediablemente.
Fue la única vez que he amado de verdad. Hubo otros hombres
que podían haber sido. Lo cierto es que nunca fueron más
que un tal vez. Y cuando me quise dar cuenta estaba en esa edad
en que si una mujer está sola empieza a sentirse mayor.
Demasiado mayor para romper la soledad. Se te ha pasado la edad.
Te estás volviendo una solterona. Te empiezas a sentir
vieja y sola. Demasiado vieja. Demasiado sola. Y con la pesadilla
de verte a ti misma mucho más vieja y mucho más
sola. Nada va a cambiar en tu vida. Al final te encontrará
la muerte hecha una solterona romanticona y ridícula, de
las que alimentan sus sueños con novelas rosas mientras
siguen esperando al príncipe azul que nunca llega.
¡Buen momento para que aparecieras tú! Con tu encanto.
Tu media sonrisa. Tus silencios tan prometedores. Y yo en plena
crisis de miedo a la soledad. Hubiera sido imposible no amarte
como te amé. Ya ni siquiera te guardo rencor. Sigo hablando
contigo en silencio. Son demasiados años para cambiar en
un día. Pero ya no te guardo rencor. A veces te odié.
Muchas menos de las que me odié a mí, pero te odié.
Supongo que cuando te perdí el rencor fue cuando dejé
de amarte. Definitivamente. Desde ese momento he seguido amando
con toda mi alma. Pensaba que a ti. Pero sólo he estado
amando tu recuerdo. Después ni siquiera más que
al sueño en que te convertí. El sueño del
amor. El amor profundo y devastador que uno necesita para vivir.
Una vez fuiste tú. Después te desterró el
tiempo. Fue Cronos quien logró vencer, no yo. Yo te hubiera
seguido amando. Pero tú te fuiste y el tiempo se quedó.
Fue Cronos quien te venció.
He seguido hablándote desde entonces. Hablar contigo en
el pensamiento hacía que pareciera que estabas aquí.
Ahora ya no eres nada. Supongo que sigo hablándote por
la costumbre de hacerlo. La fuerza de la costumbre o la fuerza
del corazón. Y al final vence cualquier fuerza menos la
de la razón.
Aún me queda nuestro hijo. Mi hijo. Me imagino tu cara
si llegaras a saberlo. Ironías del destino. Yo te lo dí
todo, pero me quedé con más. Con parte de ti. Tu
alma. Tu vida. Me quedé contigo dentro de mí. Te
he seguido amando mientras te veía crecer. Porque en él
siempre te he visto a ti. No era tu hijo. Eras tú. Extrañamente
desdoblado, como una parte de mi yo a quien hablar y a la vez
creciendo cada día. Con mi sangre y mis genes. Hecho de
mí. Tú, donde quiera que estés, estás
aquí y hecho de mí. Y ni siquiera puedes saberlo.
Qué extraño se me ha hecho verte. Ha sido la primera
vez desde entonces. Lo había imaginado tantas veces...
Al principio. Con miedo. Ante todo no te quería suplicar.
Y a veces es casi imposible no ser débil. Después
dejé de pensarlo. Estabas aquí. Y al cabo de casi
diez años te he vuelto a ver. Ni siquiera me he dado cuenta
de si has envejecido. Ni de qué hemos hablado. No he hecho
más que mirarte y mirarte, forzándome a algún
sentimiento. No eras tú. No has podido ser tú. Todos
estos años has llenado ni vida. Has estado aquí.
En mí y en mi hijo. Ahora que te he visto frente a frente
eres un completo extraño. Lo sé. No te he amado
a ti. He amado tu recuerdo. Ni has crecido tú. Sólo
nuestro hijo. Mi hijo. Lo he tenido yo y lo he criado yo. No tiene
nada de ti. Todo este tiempo no has existido. Pero al menos entonces
sí. Y te amé. Y he seguido amando aquellos días.
Hoy te he tenido frente a frente. Incluso hemos cruzado unas palabras.
Me pregunto dónde han quedado todos mis sentimientos. Nunca
he sentido tanto como entonces. Y no he sentido nada. Ni odio.
Ni dolor. Ni nada.
Nosotros ya no existimos. Existes tú y existo yo. Sin ningún
punto común. No somos nuestro hijo. Ahora queda él.
Sólo él. Viviendo su tiempo. Tú y yo ya no
estamos. Nuestro tiempo se perdió. Por más que tu
siga hablando y te vea en él. El tiempo que da es el tiempo
que quita. Y nosotros ya no existimos. Sólo él.
Con su tiempo. Tú y yo hace demasiado que desaparecimos
en el tiempo. Hace demasiado que desaparecimos en el círculo
de Cronos.