167, DIVINITIE ROAD
PANES Y PECES
Al principio sólo vienen estrellas, ni mariposas de colores
asimétricos, ni nada. The end. Pero no he acabado: Ride
the snake. Tengo la mano vacía, ni siquiera tengo líneas
en las manos y esto es sólo un ensayo, vamos, que no va
en serio. Luego aparecen caras que nunca he visto antes y se transforman
en otras como en el vídeo de Michel Jackson. Un hombre
sale de la ducha, y detrás de él sale una vaca escuálida
y con cara de pena. Sale Woytila blandiendo un butafumeiro y la
estatua de la libertad con unos pelos horribles. La gente y las
cosas empiezan a salir cada vez más deprisa de mi ducha.
Sale el ojo de Dios un poco rojo y no sé si será
por el humo de Woytila, sale un desierto y las estrellas del desierto;
saltan salmones ya pelados sobre la alfombrilla. Sale un borracho
con una señal de tráfico al hombro. Todos salen
empapados. Comienza a llover dentro de casa y entonces ya no hay
diferencia entre fuera y dentro de la ducha. Pero la gente sigue
saliendo. Sale Filoctetes1 que saluda con la mano, sale Roma a
estas alturas, en plan Imperio, y uno con unas tijeras clavadas
en la frente que viene riéndose porque se ha visto la pinta
en el espejo, y la verdad es que está graciosísimo.
Sale el Pato Donald, Marilyn Monroe con las tetas caídas,
una banda completa de Jazz que viene tocando Amorous y uno que
les persigue. Sale Hitchcock con el puro de Orson Welles y todos
con los pelos mojados en la cara y el traje chorreando. Sale uno
con asma crónica y sale el Papa, pero otro, un futbolista
profesional y Teresa de Calcuta pasándose el balón.
Qué gilipolleces ve uno en la ducha. Los hay que salen
aún con espuma en el traje, sin aclarar; creo que el centrifugado
no funciona, salen todos empapados. Sale uno con una moto, muy
macarra. Salen y salen. Creo que voy a tener que pagar más
renta con tanta gente en casa y extras por el gasto de agua: llevan
varias horas saliendo de la ducha. ¡Coño!, salen
los de la timba. ¡Y el Papa! Eso sí, cada vez salen
más deprisa. Van follaos, esto es divertidísimo.
Y una cola de chavales esperando para jugar al petaco. Sale Eva
en traje de baño; salen misas, crucifijos, deidades como
Polínices2, que tufa, y saltan sapos al exterior, la Rana
Gustavo con su gabardina, vaquitas rellenitas, chocolatinas, un
equipo de baloncesto femenino, Rosita Carrascal que se dejaba
levantar las faldas, Mauricio, el eunuco de Tintín, la
Garbo en vaqueros, un torero en paseíllo; y el Papa. Pienso
que entre todos me tienen que estar dejando el baño asqueroso
de vello púbico; a ver quién limpia.
Se apaga de pronto la ducha y todos nos quedamos fuera porque
es el único sitio en el que sigue lloviendo. Creo que se
quedan a cenar. Voy a tener que hacer la orejada de los panes
y los peces.
Oxford, 21 de julio de 1995
1 En la isla de Chipre, donde se detuvieron para
ofrecer un sacrificio a Apolo, le mordió una serpiente.
Tan grande fue su dolor, tan grandes sus alaridos y desgarrados
sus llantos, que Ulises decidió que se le abandonara en
la isla, suponiendo que había llegado su fin. Durante diez
años, Filoctetes sobrevivió, alimentándose
de bestias salvajes a las que cazaba con el arco que le regaló
Heracles y que tenía la propiedad de que nunca fallaba
el golpe. Margot Arnaud: La mitología clásica (Nota
del editor).
2 Eteocles y Polínices, hijos de Edipo y de Yocasta (...)
decidieron que ambos reinarían por turnos sucesivos. Cuando
el mandato de Eteocles llegó a su fin, Polínices
reclamó el trono, pero su hermano se negó a confiárselo.
(...) Eteocles y Polínices se enfrentaron en un combate
singular en el que ambos encontraron la muerte. Eteocles tuvo
derecho a unos funerales por haber defendido a su patria. Polínices
fue dejado insepulto. Margot Arnaud: La mitología clásica
(Nota del editor).
POBRE MOSCA
Todo lo dejo a medias. Hace ya mucho tiempo que dejé atrás
la idea de acabar las cosas, porque todo está inacabado,
nada más hay que veros a vosotros, a los seres humanos.
No conseguimos acabar nada o cuando lo acabamos es demasiado pronto:
somos abortos. Recuerdo a alguien que murió a los veintiséis
años, consciente y sin terror. Desde entonces nada termino,
desde entonces nada doy por terminado. El cuento es mío
y quiero hablar de un libro, un libro que tiene más de
quince años titulado Caballito de madera. Es un libro de
un escritor famoso. Cuenta la historia de un peatón que
tiene en su casa un caballo de madera, un caballo de balancín
en el que se sienta todas las noches un rato después de
la cena. El individuo en cuestión está cruzado como
un furtivo la frontera de los cuarenta. ¿Cómo acaba
ese libro? Acaba con la imagen de ese hombre sentado en su caballito,
con los ojos fijos en un punto imaginario de la pared blanca.
Luego nada, la vida sigue. El mundo es el sueño de un loco
y desde aquí mando excusas y mis respetos para los otros
locos. El mundo es el sueño de un loco que despierta en
mitad de la noche y no encuentra una luz: entonces crea, crea
formas inacabadas que somos los hombres, nos deja en duda. Por
eso somos formas que nunca acaban nada, porque nadie puede beber
agua si no tiene boca. Y el loco mira hacia arriba, algún
instinto o una costumbre le hace buscar la luz mirando hacia arriba.
Busca estrellas y sólo encuentra planetas. Murió
a los veintiséis años. Tras su muerte me confesaba
que había sido feliz, tan feliz como tú, me dijo,
tan feliz como el hombre del caballito, tan feliz como el dios
loco, como los hombres con cafetera italiana, como los coleccionistas.
Pero me estoy desviando... Cuento otras historias que no son lo
que había venido a contar. No quiero contar mi historia,
que es una historia de perplejidad más tiempo, ni la historia
de la gota de lluvia ni la de la pastilla roja. Yo quería
contar la historia de una mosca. La mosca de mi historia pasea
por el mundo y ¡zas!, un matamoscas.
Oxford, 23 de julio de 1995
BOLA
Odio ponerme delante del papel y escribir cosas que no quiero
escribir. Me apetece escribir un cuento que se titule Bola y como
lo que se me ocurre es basura ¿qué hago? Sigo ya
el aburrido recurso de delatarme como escritor de cuentos y escribir
hasta que venga una idea. Seguro que algún día me
pagan por esto. Luego, cuando llega la idea, un par de frases
bucólicas y acabo el cuento, pongo el sitio, la fecha,
y firmo. Estúpida manía de firmar, si son sólo
borradores que hay que pasar a ordenador y trabajar durante horas.
Mierda. Me estoy cogiendo un cabreo a cuento de nada. Y todo porque
quería escribir un cuento abstracto con una bola azul,
brillante y maciza, de la que no sé contar nada. Estas
últimas semanas no acabo uno solo de mis cuentos. Y eso
cuando los empiezo, porque si se puede llamar empezar un cuento
a estas quince líneas que llevo escritas entonces vamos
listos.
Así es que ya que no hay cuento déjenme que les
cuente cosas que yo imagino. Veo bolas de diferentes colores y
tamaños, colores uniformes y tamaños estandarizados.
Las bolas están situadas en un plano abstracto; se mueven
en todas direcciones. Déjenme anotar que no hay direcciones,
que tienen ustedes que evitar situarlas en cualquier paisaje conocido,
aquí en la Tierra, aunque claro, entonces esto sería
un relato de marcianos. Pero no estamos en el espacio, olvídense
de imaginar estrellitas al fondo porque estamos en un plano abstracto.
Simplifiquemos la imagen, quedémonos con la primera de
las bolas, con la bola azul, situada en un plano abstracto. Paren
ya de imaginarse direcciones porque no existe el movimiento, es
decir, en todas las direcciones no existe más que un plano
abstracto, no encontrarán más bolas, no encontrarán
nada, no existe movimiento. No imaginen, mucho menos, líneas
coordenadas dibujadas en el aire -¿quién dijo que
hubiera aire?, pueden acaso respirar las bolas?-, no las imaginen
porque precisamente son eso, líneas imaginarias, puros
convencionalismos de los que las bolas se desentienden. Mientras
escribo, sentado en el jardín de casa, coordenadas me acechan
malhumoradas, inmóviles junto al columpio, igual que el
gato gordo al que ni siquiera hemos puesto nombre. Que por cierto,
voy a tener que entrar en la casa, porque se han plantado por
sorpresa unas nubes negras con aire limpio y frío del que
anuncia tormenta. Ahora viene la parte más difícil:
no imaginen a ese plano abstracto de color negro, ni con el típico
azul oscurísimo que se le supone al firmamento; no sean
tan simplistas como para imaginarlo blanco, blanco como un papel
sin coordenadas, ni tan complicados como para imaginar un fondo
de colores vivos y profusos. Imagínenlo, ni blanco ni negro,
sino todo lo contrario, exactamente así. ¿Por qué
ha de tener un plano color o ausencia de él? Ya comienza
a llover, no imaginen olores en este plano. Una bola azul quietecita.
Pero... ¿Cual es su fin?, ¿ qué hace esta
bola en mitad de mi cuento? ¿Por qué los humanos
necesitamos siempre un motivo? Si no hay motivo no hay nada y
ya no gusta el cuento, ni a usted ni a nadie. Es curiosa, pero
me gusta esa necesidad de justificarlo todo. Aunque ese es un
tema más complejo. Yo sólo intentaba mostrar la
imagen de esta esfera maciza de color azul en un plano , para
que puedas escapar de tus esquemas en los momentos en que realmente
lo necesites.
Y ya sé que esto no es un cuento, pero aun así sitúo,
dato y firmo:
Oxford, 30 de julio de 1995
Fernando Díaz San Miguel