ÁLBUM DE FOTOS DE JOSEF K
Margarita: 1. Nombre común
de diversas especies de plantas herbáceas de la familia
compuesta, de tallo fuerte, hojas basales o dispersas por el tallo
y flor en roseta de disco amarillo y pétalos blancos.
Él, Josef K, un hombre cargado de defectos, había
estado buscando las margaritas que días antes, coloreaban
con olores su jardín.
Es imposible -se dijo entre sollozos- que no crezcan más
margaritas en mi jardín; flores silvestres que sin saber
muy bien cómo, siempre encuentro en un rinconcito de hierba
cuando llega la primavera.
Él, Josef K, un hombre cargado de defectos, miró
otra vez tras los cipreses, junto al rumor del agua, tras los
álamos verdes cuando atardecía, entre la maleza
y miró también entre las malas hierbas.
Y cuando después de buscar, desesperado decidió
descansar, encontró la última de las margaritas:
famélica, casi seca, sin pétalos ni olor.
Él, Josef K, un hombre cargado de defectos, sonrió
melancólico, porque entonces supo que había llegado
el verano.
Ella, una mujer vestida con gabardina blanca comprada ad hoc
para que su novio pudiera eyacular de manera imprevista y casi
invisible, envenenó su mirada fría, distante como
una herida incurable.
Él, Josef K, un hombre moderadamente enamorado, disfrutó
del paisaje de un enero de año par. Y puede que descubriera
al mirlo que cantaba en un abeto.
Ella, una mujer vestida con gabardina blanca, empapada de esperma
y odio, continuó su marcha desprendiendo un halo de rencor
depravado.
Él, Josef K, un hombre moderadamente enamorado, respiró
profundamente aquella maldad como quien respira el rencor de un
muerto disecado. Y puede que la luz le acariciara las manos.
Ella, una mujer vestida para la ocasión no pudo pensar
en el mirlo que cantaba junto al abeto, ni en la luz que con toda
seguridad, le acariciaba las manos.
Con el semblante infinito entre la cresta de las horas, y antes
de que la mar pudiera desplomarse en mentiras; él, un hombre
que por fin tenía a su primer amor contemplando indecisiones
con semblante entre la cresta de las horas, tomó por fin
un puñado de arena fina y dejándolo caer suavemente,
por una imprevista abertura entre sus dedos índice y corazón,
dijo mientras se desnudaba:
"Es necesario que resumas tu vida en dos palabras".
Ella, que siempre había deseado al hombre que pudiera formular
aquella secuencia perfecta de cuarenta letras, sonrió y
al rato con el semblante infinito entre crestas de horas, dijo:
"No puedo".
Y mientras dejaba que el mar empezara a desplomarse en mentiras
para engullirla dulcemente otra vez en la absurda marea de lo
cotidiano, pensó que quizás, la vida no era un número
par.
Cuentan -pero Alá es más sabio, más
prudente, más fuerte y más caritativo- que en tiempos
pasados y en épocas remotas hubo un rey entre los reyes… Las mil y una noches.
Josef K contempló aquella Scherezada mitad petróleo,
mitad lechuza que dulcemente se evaporaba al tras luz de un cuantreau-vodka.
Y mientras hablaba con ella indecisiones, sospechó su tristeza
parapetada tras la barra de un bar.
Josef K no recuerda cuánto bebió, pero fue suficiente
para desnudar su pasado con la luz encendida.
Ya era tarde cuando ella empezó su relato, habló
de sueños infinitos, hasta el instante en que llegó
invisible la tristeza. En este momento Scherezada calló
discretamente, al advertir que se acercaba la mañana.
Josef K pensó al fin, en lo mal que se estaba poniendo
la vida porque hasta la pena tenía que servir copas los
miércoles, hasta las seis y media de la mañana.