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EDITORIAL
Si alguien puede saber lo que es poesía,
que no se lo pregunte a un poeta so peligro de quedar embelesado
por su retórica, enmarañado en la red de sus palabras,
absorto en las tinieblas de lo incomprensible como se cuenta de
aquel poeta alemán, Klopstock, cuando se le interrogó
sobre un oscuro pasaje de un poema suyo. “Dio y yo lo sabíamos
cuando fue escrito: hoy solo lo sabe Dios”.
Pero no por más cercanos nuestros poetas son más claros
y concisos que el alemán antedicho. El uno, Gustavo Adolfo
Bécquer, se preguntó retóricamente l que fuera
la poesía, y se respondió: “Poesía eres
tú”; el otro, Gerardo Diego, “Crear lo que nunca
hemos de ver; eso es la poesía”; y otro más,
Pedro Salinas, “la poesía es una aventura hacia lo
absoluto”.
Sin embargo, el más modesto y seguramente el más preciso
fue Jean Cocteau, quien en el discurso de recepción de la
Academia Francesa afirmó categóricamente: “Yo
sé que la poesía es indispensable, pero no sé
para qué”.
Y es que el poeta se siente impelido indispensablemente a escribir
de sus sentimientos, de sus penas –penas universales, Penas
particulares, penas propias, penas ajenas-, de sus alegrías,
de sus hambres, de sus miserias, de sus amores y desamores y, en
definitiva, de todo aquello susceptible de erizar la piel por la
ternura o el desgarro. Tal vez por eso, comulguemos, no solo con
Jean Cocteau, sino también con Salinas:
“Los poetas pueden definirse como
los seres que saben decir mejor que nadie lo que les duele.”
No obstante, si queréis saber qué
es la poesía, no preguntéis a los poetas. Leed simplemente
sus poemas, porque si alguna obligación tiene el poeta, es
aquella que dictó Vicente Huidobro en El espejo de agua:
¿Por qué cantáis
la rosa? ¡Oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema.
Jesús María
García García
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