El Zumo de los Días

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El Zumo de los Días

POEMAS MAYORES

Sobre la justicia templanza y valentía del dios ya se ha hablado; queda hacerlo, pues, de su sabiduría y, en la medida de lo posible, se ha de intentar no pasar nada por alto. En primer lugar, para honrar también yo nuestro arte, (...) diré que Eros es poeta tan hábil que de quien mejor le parece puede hacer un poeta. Y efectivamente, aquel a quien toque el dios llega a serlo, por negado a las musas que fuera anteriormente. De esto conviene que nos sirvamos como testimonio de que Eros es un excelente poeta en general en toda clase de creación relativa a las Musas; porque aquello que no se tiene o no se sabe, ni puede ser dado, ni puede ser enseñado a otro.

Platón: El Banquete

 

Larga noche de ayer

1

Mientras se afeita

—el vaho del agua asciende
hasta los espejos,
el traje y la jornada esperan ya
tendidos sobre la cama
que nadie ha deshecho—

siente cuan lejos
queda la noche,
piensa que todo
parece un sueño.

14

Olvida
su historia

—la vida,
tan cuidadosamente construida,
a veces se presenta
como algo
ajeno, irreal,
si lo miramos—,

y se queda con esta noche,
vacua, imprecisa,
en la que él
ya no importa.

Porque el aire está caliente
y él se muerde los labios,
despacio.

Manos tiran de su cadera,
contra otro cuerpo,
crispadas y silenciosas.

 

Nadadora

a José María Fonollosa

     Ayer iba yo andando por la calle,
mirando a las baldosas de la acera y...
sentí que esta acabándose el verano.

     Imagino tus pies dentro del agua.
No hay niños ya que corran por el césped
y tú, mi nadadora, estás mirando
las hondas que hace el agua en la piscina.

     Tal vez toqué tu piel extensamente
una noche perdida de verano,
una noche cualquiera que recuerdo
por la curva perfecta de tus senos.

     Y aunque yo no te quiero, ya lo sabes,
mis sueños esa noche sé que fueron
más dulces, aunque ya no los recuerde.

     El verano se escapa para todos.
Y tú con ese cuerpo haciendo largos
te quedas solitaria en la piscina,
mientras yo estoy besando a una chiquilla
que es más bonita que tú, pero no tiene
ni el cuerpo tan perfecto ni el moreno.

 

Por qué no decirlo

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

Jaime Gil de Biedma: Pandémica y Celeste

Es otra noche hoy,
una noche más de sábado
arrastrado a su abismo por el cansancio.
Y de nuevo otra noche
una muchacha
bonita ya en las horas altas;
una chica bonita que mira nerviosa
al levantar la mirada hasta mis ojos.
Y de nuevo el desapasionado dilema,
perfectamente sobrio,
de irme a casa o quedarme y besarla;
y quedarme, y besarla,
con la misma falta de pasión
que producen ya los besos de todas las chicas,
de tantas chicas,
cuando el corazón apenas se permite
acelerar el ritmo al rozar una piel;
y escuchar
sus preguntas idiotas; y escuchar
los susurros del amor a medias ejecutado
en un portal profundo
más tarde de las ocho; sertir
su cuerpo bueno, mi hinchazón
—por qué no decirlo—,
y la falta de sentido que adquiere todo
cuando ni siquiera interesa
el nombre de una mujer.

Así veo llegar, de vuelta a casa,
la ineludible huella del asco,
ese asco íntimo de otra mujer equivocada,
de otros labios, de otra saliva caliente,
que me quema la boca al despertar
más bien feliz, humanamente solo,
con el corazón muy fatigado,
sintiéndome como quien se folla a una rata
para obtener cariño.

 

Poema de Ana

II

Ayer Lisboa
empezaba a despertar
y yo con ella.
Eran las siete de la mañana.
Me hospedo en un apartamento,
prestado por un buen amigo
ausente de la ciudad unos meses.
No sé cómo sucedió
que al levantarme
di con mis huesos en el suelo
y la cabeza fue lo primero
en golpear la madera.
Desperté a las dos horas,
entumecido, con bastante frío
y un moratón en la frente.
Me dirigí hacia el baño y al pisar
descalzo la primera baldosa
me apresuré de puntillas
hasta la alfombra de la ducha.
Luego arrastré la del bidé
hasta el lavabo y salté sobre ella.
Sentía palpitar la herida.
Al abrir el grifo resonaron
como fantasmas las cañerías.
Sin secarme la cara me sujeté a la pila,
todavía mareado,
para mirarme la frente, que dolía,
y vi la mancha morada,
rojiza por los bordes.
«Hay que joderse
qué hostia me he dado», pensé.
El resto del día lo dediqué
a pasear el moratón por el centro
recorriendo de nuevo los rincones.
Comí en un bar, casi a las cinco.

XXVII

Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha pasado.
Pero es algo difícil
olvidar tantos meses,
ocho meses juntos
que se unen en la noche,
en el sueño penúltimo.
Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha  pasado.
El dios ha concedido,
ha sido bondadoso
y ahora pide
que aprendamos a vivir,
como tantos otros, separados.
Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha  pasado.
Debemos aprender
a  buscar la paz en otros cuerpos
y no olvidar las marcas
de la piel que compartimos,
ni las charlas, ni los paseos.
Tal vez tengas razón.
Nuestro tiempo ha  pasado.
Fue mejor acabar
y doler para siempre
que seguir hasta que la pasión,
la sinceridad, el fervor, acabasen.
Por lo menos así
nos queda el odio.

© Fernando Díaz San Miguel - Prohibido reproducir total o parcialmente cualquier elemento de esta página sin citar la fuente
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