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EDITORIAL
Qué es poesía ni lo sabremos ni
nos pondremos de acuerdo. Qué es poesía lo hemos intentado
decir todos y la multitud y reiteración de esos intentos
viene a ser la prueba que deja claro qué lejos de una definición
nos encontramos. Cada palabra sobre la poesía se acerca más
a un concepto que siempre se nos escapa, y si queda algo claro es
que somos quienes escribimos poesía los que más deficientemente
hemos sabido definirla.
Alguien dijo que la diferencia entre la literatura
y lo que no lo es está en la aptitud del que lo escribe,
o aquello que en el tiempo y en el espacio, al leerse fuera de su
contexto, de una manera u otra, nos llega como literatura. La literatura
toca nuestros sentimientos atemporales, aquellos que nos diferencian,
que nos dan un margen entre la realidad y la ficción que
es a veces la vida, un margen entre nosotros y la frivolidad.
«Los escritores, cuando menos aquellos
que corren auténticos riesgos, que están dispuestos
a jugarse el todo por el todo y llegan hasta el final, tienen mucho
en común con otra casta de hombres solitarios: los individuos
que se ganan la vida jugando al billar y dando cartas». Eso
lo dijo Truman Capote. Y es cierto que nos apostamos en cada línea,
que escribimos para el tiempo, que tenemos la firme decisión
de hacer versos, de contar historias. Quizá por eso necesitamos
lugares como Atril en los que reunirnos para mostrarnos,
para aprender unos de otros el oficio de reunir palabras. Quizá
por ese impulso rompemos nuestro silencio y llegamos hasta estas
páginas, para mostrar nuestras líneas, pequeñas
historias, pensamientos que nos vienen, por si te gustan, por si
al leerlos te entretienen.
Fernando Díaz San Miguel
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