QUE HACER CON CHUNKY Y DOS MANZANAS ROJAS
Es la primera vez que me hacen un regalo: dos manzanas rojas y
grandes y una chocolatina. Media chocolatina me la he comido ahora
por saber que tal estaba. La primera de las manzanas me la he comido
mañana al salir de casa a eso de las tres camino del centro,
con un cielo cubierto de nubes sobre la torre de Christ Church,
enhiesta, arrogante, tan sin gustarme aunque no opine lo mismo dentro
de dos meses y algo, cuando la he dejado atrás (tiempo y
espacio). Me he comido mi espléndida manzana roja paseando
por el tumulto de la gente, con sintiendo que tengo alma y está
contenta, con el sonido hueco de los mordiscos y el masticar. Me
acabo la chocolatina que ha resultado de sabor a café y coloco
en el fondo de la papelera el envoltorio cuidadosamente doblado
tras leerlo, pero eso va a ser dentro de dos días. La otra
manzana me la voy a comer ahora, cuando baje a la cocina dos días
después también pero por la tarde, aún en pijama,
y la lave bajo el agua fría, detenidamente, para dar un primer
mordisco que sonará seco, como a madera, cuando entrará
el sol por la ventana de repente asomando de entre las nubes que
alentaban a un día gris. La luz lo bañará todo
aquí abajo, en la cocina, y arriba en la buhardilla como
la que sueño tener un día aunque más grande,
realmente espaciosa, caerá el sol por las ventanas como cataratas
de luz que se derraman.
Gracias por las manzanas y la chocolatina que se llamaba Chunky.
Oxford, 21 de mayo de 1995
DONDE YO HE VIVIDO Y SE PRONUNCIA «SLAIGO»
Esto no es un diario de viaje, éstos son mis sentimientos.
Siento cómo crecen dentro de mí y siento cómo
se iluminan,
que no pueden hacer daño a nadie y eso ya es bastante.
Esto es lo que yo siento y ocupa varios álbumes de geografía:
no soy más que yo y es más grande que yo,
capaz de iluminar todas las camisas tendidas al sol
y de dar amor de las proporciones de un hongo atómico.
Ésta es la única luz que siento en mi corazón,
la paz con la que miro a los árboles cuando revientan en
flor
sus pétalos fucsia.
Soy lo que la gente ha creado al acercarse para entregarme lo cotidiano;
porque he recogido con sumo cuidado esa mies tan sincera
—os lo advierto por si un día venís a llamarme
monstruo—,
y la he tomado para darme esta forma que nunca se acaba,
para ser lo que veis: el fruto de vuestras memorias irrepetibles.
Soy lo que la luz del mundo me ha dejado ver,
y si he visto el germen de la injusta yacer junto a las cosas bellas
es porque el día o un candil lo han permitido.
Soy lo que el aire a traído,
y si he percibido el olor de la leña o de los muebles nuevos
es porque el aire venía revuelto o estaba muy quieto.
Soy la materia que me ha acariciado,
y si he sentido el raso o el áspero cemento
es porque ellos han llegado a mí para bendecirme o echarme
a perder.
Soy todo lo que la música me da,
y si he sentido una guitarra o una hoja en el viento
es porque el mundo es sonoro y silencioso.
Soy todo aquello que se ha acercado a mi boca,
y si he probado el sabor de un vientre caliente o el sabor de una
mosca
es porque el mundo es tan dulce como salado.
He dicho cinco de mis sentidos y todavía me quedan otros
muchos:
como el de salir corriendo o el de gritar en el espigón,
como ponerme una grapa en un dedo o el del llanto.
He dicho que conozco mi patria pero no que es cada vez más
grande,
que Salamanca se crece con el silencio de esta ciudad pequeña
a la que rindo homenaje por su paz y su madera recién cortada,
por sus horas de calma para abatir un poco a mi arraigada confusión,
por la lluvia, los minutos, la amistad, por Frank, porqué
no decirlo,
por hacerme crecer metro y medio con lo que me pongo en 3'30,
por ayudarme a saber quién soy y a veces serlo.
Dejo Sligo como quién deja de cepillarse los dientes
y digo que esto no es diario de viaje, que éstos son mis
sentimientos.
Sligo, 27 de abril de 1995
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